Por Jaime Buenahora Febres-Cordero

La cultura ciudadana en Cúcuta

No hablemos de lo que tenemos hoy en día sino de lo que podríamos lograr si entre todos construimos Cultura Ciudadana y tejido comunitario. Por supuesto, tendríamos una ciudad ordenada, con visión de lo público y disciplina social, en la que el respeto a las normas garantizaría un alto sentido de pertenencia y, más concretamente, amor por Cúcuta.
Foto: Revista Semana

Esa meta loable, que hoy parece distante, es posible alcanzarla, de manera gradual, con base en un proceso educativo y normativo que entrelace todas las edades en virtud de los diferentes agentes de la socialización: primeramente, la familia y la escuela -que cubre primaria, bachillerato y universidad-, y más adelante el entorno de nuestras interacciones, los medios de comunicación y las redes sociales. Todos estos agentes son transmisores de principios, creencias y valores. Es menester que haya una zona común estructurada frente al proyecto colectivo y la visión de ciudad. 

Conceptualmente, el principal objetivo de la Cultura Ciudadana es generar capital social, que se traduce en la capacidad de interactuar entre personas e instituciones, siempre pensando en producir bienestar colectivo. La calidad de vida y la convivencia de los asociados dependen en buena parte del nivel de Cultura Ciudadana. Su meta no es otra que fomentar valores éticos y de cooperación alrededor de lo público. 

La mayoría de las ciudades colombianas, sumidas en el subdesarrollo, tienen un escaso nivel de Cultura Ciudadana. Pero es posible darles un giro. Todo depende del liderazgo y la confianza que generen la institucionalidad y la gobernanza. En nuestro país ha habido algunos intentos, parcialmente exitosos; y, en el comparativo internacional de ciudades, centenares que, guardadas las proporciones, nos permiten comprender que es o no adaptable. En Cúcuta, en este campo como en otros, todo está por hacer. 

Después de socializadas las políticas públicas de Cultura Ciudadana, las normas tienen que hacerse respetar. Para eso es la autoridad. Se tiene que acabar esa idea de ‘hago lo que me da la gana’, expresión máxima del individualismo perverso que niega el concepto de ciudadano, simplemente porque no hay sanciones. Esa conducta se sepulta con el ejemplo desde arriba, o sea desde la institucionalidad. 

Toda norma tiene una razón de ser, un valor que la justifica, en el entendido de que todos deberíamos beneficiarnos de ella. Por eso, Rousseau interpretó la ley como ‘expresión de la voluntad general’. De manera que las normas de aseo en las calles, de no contaminar, de seguridad y convivencia pacífica, de cuidar lo público, y muchas otras más, tienen que respetarse. Así, por ejemplo, las de tránsito y movilidad, evitando el caos y la agresividad existentes; cada ciudadano debe ser coadyuvante para mantener la ciudad limpia; la misma economía informal, que es un caso muy complejo, puede gradualmente organizarse haciendo prevalecer el interés general.  

Necesitamos construir Cultura Ciudadana. Cualquier centro educativo, iglesia, gremio, u organización social debería tener un compromiso público serio, verbigracia, adoptando una avenida y comprometiéndose con su ornamentación; participando activamente en actividades de recreación, deporte y cultura; o ayudando en sectores marginados con determinados proyectos de infraestructura que desarrollen solidaridad social y disminuyan marginalidad y pobreza. Se trata de construir tejido comunitario, lo cual solo es posible entrelazando institucionalidad y ciudadanía, valga decir, alcaldía y miles de cucuteños empoderados en los diferentes barrios. Los posibles programas gobierno-comunidad son múltiples, pero su viabilidad depende de la credibilidad y motivación que transmitan las autoridades. 

Generaciones cucuteñas del pasado fueron inmensas en Cultura Ciudadana. ¿Somos, acaso, inferiores? Por respeto a ellas, deberíamos ser mejores, o por lo menos iguales. El capital humano que tenemos es grande, comenzando por una juventud que debemos orientar y vincular, dado que casi el 40% de nuestra población tiene menos de 24 años. 

En cada buen ciudadano hay un liderazgo que, en sumatoria, ayuda a formar un colectivo impresionante. El trabajo es en equipo, es entre todos.

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